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martes, 12 de marzo de 2013

Madrid y España entera llora

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MADRID Y ESPAÑA ENTERA LLORA




  11 de Marzo de 2004, son las ocho menos veinticinco de la mañana, hace escasos segundos, mientras dormía, escucho un gran estruendo. Al principio no hago mucho caso, pienso que seguro que es el vecino de arriba moviendo algún mueble, al poco tiempo el ruido vuelve a repetirse, esta vez más fuerte, mucho más cerca.

   Me siento en la cama, intento escuchar, no oigo nada extraño salvo aquel sonido repitiéndose una y otra vez en mis oídos. Poco después comienzo a oír sirenas, algo pasa.

   Como un resorte me levanto, aviso a mis padres y conecto el televisor.

No hay duda, las noticias no paran de llegar: Madrid ha sufrido un atentado en cadena, una serie de explosiones en varios trenes de cercanías se suceden una tras otra, incluso algunas se producen mientas la mayoría de los madrileños miramos horrorizados nuestras pantallas o nos van llegando más datos de camino al trabajo, e incluso a socorrer a los posibles heridos antes de que lleguen los servicios sanitarios.

Se produjeron 10 explosiones provocadas por diez mochilas cargadas con alto explosivo.

En la estación de atocha explotaron 3 bombas, según la cinta de vídeo del sistema de seguridad de dicha estación, examinada días después. Los artefactos estaban situados en los coches 1, 4, 5 y 6.

En la estación de El Pozo del Tío Raimundo hicieron explosión 2 bombas; en la estación de Santa Eugenia, una; y en un cuarto tren, junto a la Calle de Téllez, en las vías que encaminan a la estación de Atocha desde el sur, otras cuatro bombas.

También se encontró una tercera bomba en la estación de El Pozo del Tío Raimundo que, tras pasar inadvertida, pudo ser examinada. Contenía 500 gramos de explosivo plástico Goma-2 ECO, metralla, un detonador y un teléfono móvil que hacía de temporizador, manipulado para que la alarma activase el detonador. Los indicios hallados en esa mochila permitieron establecer las primeras hipótesis firmes, y desencadenaron la persecución policial sobre los supuestos autores.

Las fuerzas de seguridad encontraron, en el interior de los mismos trenes, varios artefactos que habían fallado. Todos ellos fueron detonados por motivos de seguridad por los Tedax del Cuerpo Nacional de Policía.

El caos posterior a las explosiones fue generalizado. Los medios de transporte público, emergencias, bomberos, policía, hospitales y demás servicios se vieron colapsados, incluso la línea telefónica fija y móvil dejaron de funcionar. Era imposible intentar localizar a familiares y amigos para saber si se encontraban bien o formaban parte de las victimas.

En ese momento no lo dudé, junto con mi padre, me lancé a la calle. Cargados ambos con mantas y un botiquín de primeros auxilios, nos dirigimos a la estación más cercana, El Pozo del Tío Raimundo.

Caminando deprisa por la calle hasta nuestro destino, comprobé aún más el nerviosismo existente entre la gente.

Al llegar a las inmediaciones de la estación de El Pozo del Tío Raimundo, la imagen que se observaba desde lejos era desoladora.

Un agente, que se encontraba acordonando la zona, nos impidió el paso. Intentamos explicarle que íbamos a ayudar y no a curiosear la escena que allí había. Todos nuestros intentos fueron en vano. Sin insistir más nos dimos media vuelta, no quisimos entorpecer más su trabajo, con lo que había pasado ya teníamos todos suficiente como para alterar encima todo aquello más.

Cuando íbamos de regreso a casa, ambos observamos a una furgoneta que venía dando bandazos por la carretera. El disco se había puesto en rojo, la furgoneta no frenaba. De repente comenzó a escorarse y a invadir el carril contrario. Un camionero montado en un gran trailer que circulaba en su dirección, se dio cuenta. Inmediatamente freno. La furgoneta seguía su recorrido acercándose cada vez más a nosotros y a un coche con ocupantes estacionado cerca de la acera.

Mi padre no se lo pensó dos veces. Aún arriesgando su vida, salió en busca de la furgoneta. Estando esta en marcha, abrió la puerta como pudo, intentó apartar al hombre que la conducía y agarró con todas sus fuerzas el freno de mano mientras cogía el volante y desviaba un poco su rumbo. Su gesto heroico y el propio bordillo de la acera, impidieron que las consecuencias fueran mayores.

Una mujer que pasaba en ese momento por allí, ayudó a mi padre a sacar al hombre de la furgoneta y tumbarlo en la acera.

   Soy enfermera – nos indicó, mientras comenzaba a hacer el boca a boca al hombre que estaba allí tumbado.

La gente que pasaba por allí comenzó a arremolinarse en torno a la victima.

Una ambulancia que se dirigía hacía la zona del atentado, vio la multitud allí congregada. Comenzamos a hacerle señas. Subieron el vehículo sobre la acera, un auxiliar y en médico bajaron de ella y comenzaron a hacer labores de reanimación, mientras el propio conductor montaba un hospital de campaña.

A los pocos minutos, una patrulla de policía nos ordenó abandonar la zona. Nos informaron que el hombre había sufrido un infarto y ya estaba siendo atendido. No podíamos hacer nada más por él.

Mientras tanto, en la llamada zona caliente, se sucedió un periplo entre la mayoría de los hospitales de la Comunidad de Madrid, el IFEMA y varias comisarías de policía. En los primeros para llevar a los heridos; en el otro, para ir depositando los cadáveres de las victimas y en las últimas, para llevar las pruebas recogidas en la zona.

Hasta el día de hoy, muy poca gente conoce esta historia, en la que mi padre y yo fuimos una parte ínfima de los que intervinieron en mayor o menor medida el día de los atentados.

No sabemos si el hombre del infarto llegó a sobrevivir. Desconocemos, a día de hoy, si entre las 191 victimas y los 1.858 heridos de los atentados existía algún conocido o amigo nuestro. Lo que si tenemos claro es que nunca olvidaremos ese día. La imagen que observamos desde uno de los puentes que pasan por encima de las vías era dantesca. Ver, durante varios días, uno de los vagones afectados en la explosión de El Pozo del Tío Raimundo, colocado en la zona del aparcamiento como si de una muestra de un museo se tratase, con aquel boquete en sus entrañas, era pasar por el horror allí vivido días antes.

Sé que hoy es día 12 de marzo de 2013, que han pasado 9 años desde entonces, que este relato debió ser escrito ayer, fecha en la que se cumplía el aniversario de aquellos hechos, pero he de confesar que, cada año, me acompaña ese recuerdo, que me fue totalmente imposible escribir cualquier cosa ayer porque, cada vez que lo intentaba, me echaba a llorar recordando a esas familias, amigos y parientes a los que sesgaron sus vidas ese día.

Quiero terminar este escrito con una canción: “Jueves (11 de Marzo)” - Interprete La Oreja de Van Gogh. 

Expresa, con las imágenes de la composición realizada por Gemaqueen y la letra del grupo, lo que todos sentimos en esa fecha. El miedo que a veces aún nos da cuando cogemos el cercanías para ir a cualquier lugar, esperando volver a casa por la noche para reunirte con tus seres queridos o poder salir con tus amigos el fin de semana siguiente, en definitiva, para disfrutar de la vida, algo de lo que privaron a las personas que ese día encontraron, en esos trenes, el final de su camino.



11 – Madrid
    No os olvida

Autora: Raquel Sánchez García

3 comentarios:

May Baeza dijo...

Me ha encantado, tu entrada, precisamente ayer comentaba en mi muro, lo que sentí aquel jueves 11M de 2004, cuando al regreso de llevar mis hijos al cole, note un murmullo especialmente raro,( era día de mercadillo aquí en Murcia capital)pare a comprar manzanas y pregunte, salí corriendo dirección a casa, con la esperanza, de que no fuese tanto como se decía, y cuando puse el televisor,quede como hipnotizada, inmóvil, y solo me salían lagrimas y mas lagrimas... aún hoy me cuesta creer que fue verdad, pero por desgracia, lo fue.
tremendo lo que vivisteis, vivimos todos, porque ese día todos fuimos Madrid, todo mi cariño y recuerdo sentido, para esas victimas y familiares y para todos aquellos que como vosotros, lo vivisteis tan de cerca, un abrazo.
No podías terminar mejor la entrada, que con esa maravillosa canción, que cuando la oí por primera vez, y cada vez que la vuelvo a escuchar, mis lagrimas vuelven a fluir. Un besazo ♥

Raquel Sánchez dijo...

Gracias May. Ahora mismo no tengo palabras para responderte, acabo de terminar de escribir el relato hace unos minutos y estoy igual que ayer y como he estado a lo largo del tiempo que he dedicado a escribirlo: llorando.
Son recuerdos tristes e imborrables.
Como dicen en la televisión algunos famosos: "Sin comentarios".

May Baeza dijo...

Un abrazo enorme.♥ no tienes que responder nada ♥