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EL SEPULCRO
Apenas
se vislumbraba el camino. Era un sendero de tierra rodeado de campos
de siembra, la única entrada desde la carretera principal de la que
disponía el pueblo.
Su abuelo le había mandado ir a la cuneta de la
carretera para recoger las nuevas herramientas que le traía Ray, el
dueño de la ferretería de Chelmsford, un pueblo cercano a Great
Leighs. Había recorrido el mismo trayecto en multitud de ocasiones.
No era la primera vez que el viejo Sam le mandaba a hacer recados. Su
camión se había estropeado hacía meses y, con la guerra, no había
suficientes suministros ni dinero para repararlo. Las pocas monedas
que tenían, las empleaban para comprar comida y semillas para
plantar en la tierra, que era lo único que, de momento, les mantenía
a flote en aquellos tiempos tan difíciles. Esta vez Sam hizo una
excepción, necesitaba útiles de arado nuevos.
Iba caminando solo. No solía asustarse, pero había
algo en el ambiente que le inquietaba. Había estado esperando
durante horas y Ray no había aparecido. Mientras caminaba iba
pensando que, seguramente, los militares le habían vuelto a cortar
el paso. Últimamente merodeaban muy a menudo por ambos pueblos, y la
mayoría de las veces cortaban la escasa circulación y las pocas
vías que tenían de comunicación entre ellos.
Según avanzaba, la noche iba cayendo. Todo se volvió
más oscuro. Menos mal que había cogido la linterna del cajón de la
entrada. Presionó el interruptor de esta para encenderla, pero su
intento fue en vano. La poca luz que el objeto le ofrecía, a los
pocos segundos, se esfumó. Ahora sí que no veía nada. La luna
estaba menguante y, en ese estado, no alumbraba mucho. Siguió
caminando. Detrás de sí comenzó a oír unos pasos.
—¿Quién anda ahí? —se giró y preguntó Mike
intranquilo— Ray, ¿eres tú?
No respondió nadie. Los pasos habían cesado.
Reemprendió la marcha y volvió a escucharlos de nuevo.
—Ray, si esto es una broma, ¡no tiene gracia! —dijo
el muchacho ya asustado— Me he quedado sin pilas y no puedo ver
nada, ¿tienes tú alguna linterna?, ¡responde!
Seguía sin haber respuesta, solo se escuchaba el soplo
del viento. El camino estaba aparentemente despejado. A sus espaldas
no se veía la sombra de ninguna figura, solo la de las espigas de
trigo meciéndose y algún que otro árbol perdido en la lontananza
del terreno. Esperó durante algunos minutos, no volvió a oír nada,
continuó andando. A los pocos metros tropezó con algo que le hizo
caer al suelo cuan largo era.
—¡Mierda!
—exclamó rabioso— ¡Vaya nochecita que llevo! Desde que esos
malditos militares han ensanchado los caminos para que pasen sus
tanques, lo han destrozado todo, hay rocas por todos lados —intentó
reincorporándose, notó un pinchazo que le hizo gritar de dolor—
¡Mi pie!, creo que me lo he roto.
Consiguió ponerse de pie con cierto esfuerzo. Volvió a
intentar encender la linterna propinando varios golpes a la misma.
Esta alumbró a duras penas, pero era lo suficiente para poder buscar
una rama donde apoyarse a modo de muleta. Mientras examinaba el
terreno buscando algún palo, pudo divisar con qué había tropezado.
Parecía una gran losa de piedra, pero, ¿qué haría en medio del
camino? Se acercó un poco más y alumbró con la escasa luz de la
que disponía, había algo escrito en ella:
En memoria de las brujas de Devon:
"Temperance Lloud, Susannah Edwards,
Mary Trembles fallecidas en Bideford en 1682,Alice Molland fallecida en 1685.Las últimas personas en Inglaterra ejecutadasy ahorcadas en Heavitree por brujería, yacen aquí.En la esperanza de poner fin a la persecucióny a la intolerancia."
—¿Pero qué han hecho? ¿Qué hace esto aquí? —se
preguntaba desconcertado.
Los pasos que había escuchado anteriormente, regresaron
con más fuerza. Parecía que alguien venía corriendo por el camino,
se iba acercando. Mike estaba aterrado, no podía correr pero tampoco
podía quedarse allí, algo raro estaba pasando. Con el pie arrastras
caminó lo más rápido posible, todo aquello que el dolor de la
pierna le permitía. Las pisadas cada vez sonaban más cerca, la
última vez que pudo escucharlas ya las tenía a su lado. De repente
el sonido paró, sintió una mano fría sobre su hombro y alguien que
le susurró al oído.
—Pregúntale al abuelo, él sabe la historia —dijo
con risa malévola.
Mike había cerrado los ojos, tenía pánico, empezó a
temblar. La voz desapareció, la risa se fue alejando, pero alguien
le seguía tocando. Le estaban agitando.
—Despierta, muchacho, despierta —decía la voz que
se encontraba a su lado— Tienes que abrir los ojos, sé que puedes,
no debes dormir más, tenemos que darte un baño, estás ardiendo.
—¿Un baño? —preguntó Mike abriendo lentamente los
ojos.
Fue abriendo sus ojos poco a poco, la luz de la lámpara
le cegaba. Estaba en una habitación, pero “era imposible... el
camino de tierra... ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Dónde
estaba?”.
—Tranquilo muchacho, soy el doctor Mildred —le
intentó calmar un hombre con bata blanca.
—¿Dónde estoy?
—En el hospital de campaña del ejercito —explicó
el doctor— Unos hombres de la tropa te encontraron tirado en el
suelo, en el camino de tierra de Great Leighs y te trajeron aquí.
¡Te has dado un buen golpe, jovencito!
—¿Y la piedra? ¿Los pasos? ¿Esa voz?
—Chico, estabas delirando, tienes mucha fiebre, te has
roto un pie. No sé cuánto tiempo llevarías a la intemperie pero te
encontraron de madrugada, ya hemos dado aviso en el pueblo. Supongo
que estarán trayendo hacia aquí a algún familiar tuyo, ha ido un
furgón a recogerlo.
—Mi abuelo, ¿entonces no llegué a casa? —preguntó
anonadado Mike.
—Que yo sepa no, chico. Ahora vendrá a recogerte una
enfermera que se encargará de darte un baño con agua fría.
Descansa, enseguida te hará efecto el antibiótico. Si la fiebre de
aquí a unas horas no baja, deberás quedarte en observación.
Mientras que el doctor Mildred hablaba con Mike, Sam, su
abuelo, entró en la habitación.
—Hijo, ¿estás bien? Me tenías preocupado, no
regresaste a casa —decía el hombre mientras se acercaba a la cama
de su nieto— pero, ¿qué te ha ocurrido?
—Nada que no pueda curarse —alegó el doctor—
Tiene un pie roto, debió de tropezarse con algo o dar alguna mala
pisada. Su fiebre es alta, eso me preocupa más pero, puede deberse a
la rotura o al tiempo que pasó al aire libre. Seguro que dentro de
unas horas está como nuevo, con la única salvedad que tendrá que
llevar escayola y muletas por un tiempo. Ahora debo retirarme, tengo
otros pacientes que atender, puede quedarse aquí hasta que le demos
el alta, si usted lo desea.
—Gracias doctor, muy amable —respondió Sam.
Una vez que el doctor Mildred les dejó a solas, Mike
empezó a contarle a su abuelo lo que le había ocurrido. Sam
escuchaba atentamente, pensativo.
—Y después desperté aquí, me dijo que te preguntara
abuelo, ¿tú sabes algo?
—Bueno, verás, —intentaba recordar Sam— existe
una antigua leyenda sobre el pueblo que cuenta que una bruja había
sido enterrada en un cruce de caminos conocido como Scapfaggot Green.
Durante muchos años, los habitantes del pueblo de Great Leighs,
estaban al tanto del sitio exacto donde estaba sepultada la bruja en
cuestión, se encontraba marcado por una gran piedra. Esta mujer
había sido quemada en la hoguera. Se la bautizó como “La bruja de
Scapfaggot Green” y dicen que descansaba tranquilamente en su
sepulcro. Puede que el camino hacia la carretera sea ese cruce de
caminos, ahí convergen otros dos caminos más, el que va al granero
municipal y al cementerio, pero ¡es imposible!, es solamente una
leyenda.
—¡Eso es lo que yo vi, la piedra de su sepulcro!
Estoy seguro —vociferó Mike.
—Pero hijo, es tan solo una leyenda que contaban los
ancianos. A mí me la contó mi abuelo —decía impasible el abuelo
Sam— Nos contaban estas historias cuando eramos niños para que no
saliéramos del pueblo por los caminos de tierra que hay. Cuando
eramos jóvenes, eramos muy impetuosos, solíamos escaparnos por los
senderos y luego nuestros padres no nos encontraban, de ahí ellos
inventaron esta historia. Es como la del hombre del saco, son
leyendas de pueblo, nada más.
—Si fuera así, ¿por qué me dijo que te preguntara a
ti?, —preguntó desafiante Mike— dices que te la contó tu
abuelo, tú piensas que es una leyenda, ¿y si realmente esa persona
existió?, ¿y si lo que cuentas no es una leyenda? ¿Cómo se
llamaba esa mujer?
—Alice Molland, creo recordar —contestó el abuelo.
—Ese nombre lo leí en la inscripción de la losa, no
puede ser falso. Algo extraño sucedió anoche, alguien me habló, yo
tengo que saber qué pasó, lo averiguaré —afirmó Mike.
En ese instante apareció una de las enfermeras. Era una
de las jóvenes del pueblo, aunque Mike apenas la conocía, solo de
vista. El ejército había tomado un antiguo caserón situado en las
inmediaciones de la carretera principal, que conectaba Great Leighs y
Chelmsford y había empleado a todas las personas que tuvieran algún
conocimiento en medicina. En el pueblo eran pocos los que habían
tenido la ocasión de tener estudios pero, alguno había, o al menos
algunos tenían ideas de como cuidar a su ganado. Los hombres no eran
iguales que los animales, pero la aplicación de los tratamientos,
bajo la supervisión de un médico de la capital, eran los mismos.
Lisa Lojan, hija de los Lojan, famosos criadores de
ovejas en Great Leighs, venía a aplicarle a Mike unas gasas frías.
El doctor Mildred había ordenado que probaran primero con vendas
mojadas sobre la frente y si esto no funcionaba, llevarle a uno de
los baños y llenar la bañera con hielos para sumergirle dentro y
ver, si de este modo, conseguían estabilizar su temperatura.
Sam aprovechó, mientras la enfermera se encontraba
allí, para ir a hablar con los soldados que habían recogido a Mike.
Después de tener una larga conversación con ellos, regresó a la
habitación donde su nieto todavía dormía. Se sentó en una silla y
meditó acerca de la extraña experiencia que había sufrido este. No
se explicaba de forma lógica todo lo ocurrido, pero era imposible
que lo que le había contado fuera verdad, aquello no podía volver a
repetirse, y menos con Mike, quizá hubiera sido un delirio causado
por la fiebre. No le creía, los soldados no vieron ninguna losa,
estaba tirado en medio de un montículo de arena, no vieron nada
extraño a su alrededor, salvo una gran roca con la que supusieron
que se habría golpeado en la oscuridad de la noche.
Mike respiraba tranquilo, parecía haber caído en un
profundo sueño, aunque de vez en cuando se movía inquieto.
“La pierna le molesta”, pensó su abuelo.
Por su cabeza pasaba una y otra vez la misma escena, oía
aquella voz riendo y repitiendo lo mismo.
—Pregúntale al abuelo, él sabe la historia.
*
Capítulo 1 de la novela
Las Brasas de una Inocente. La Encrucijada
Las Brasas de una Inocente. La Encrucijada
Autora: Raquel Sánchez García
2 comentarios:
Son Historias atrapantes. Con un lenguaje sencillo y claro. Me transporto al lugar. Me invitó a seguir leyendo. Gracias por el buen momento.
Me gustó la historia, muy entretenida, un saludo.
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