"Fue una noche de silencio, una noche de anestesiadas confidencias, después de mucho tiempo de complicidad. Sin hablar por miedo a las respuestas, pero con la firmeza de saber todo lo que pasaba cada noche de sofá en nuestra cabeza, como dos amigos desconfiados en el peligroso juego del confesar la verdad. Los dos moríamos en el deseo del desahogo, pero existía una pequeña barrera de miedo, algo extraño que hacía que las palabras alardearan de una timidez entre nosotros, inusual.
Fue el molesto humo norteño de mi colilla de Nobel el carburante para comenzar, y la noticia de tierras meigas en la caja tonta, la que confesó mi valiente miedo, mis pesadas cadenas, mi dulce condena, el verdadero motivo de mi melancólico mirar. Ya no pude, a pesar de mi insoportable intento, practicar las maniobras de escapismo que me llevarían, como en otras ocasiones, a mi infierno particular.