Páginas

Blog oficial de la escritora Raquel Sánchez García
"Escribir es mi vida y mientras exista una persona a la que mis letras le entretengan, pondré todo mi empeño en intentar convertirme, a través del papel, en un complemento de su felicidad" (Raquel Sánchez García)

"El mundo está lleno de puertas cerradas y nosotros nacimos para abrirlas todas" (Matilde Asensi)

Obras publicadas de Raquel Sánchez García

Obras publicadas de Raquel Sánchez García

Aviso

Traductor

Relatos Jamás Contados en tu idioma:
English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

Menús

jueves, 13 de febrero de 2014

Mi querida Sulley

Hoy ha amanecido un día triste y oscuro. Parece como si el cielo y la climatología se aliaran con mi propia pena.

Es irónico, hace algunos años no entendía porque la gente y hasta mi propia madre, sentían tristeza e incluso lloraban al sufrir la perdida de su mascota.

Hoy lo estoy viviendo en mis propias carnes. Sulley se ha marchado, nos ha abandonado, ha emprendido su último viaje, ha realizado su último vuelo.

Ese pequeño animal, indefenso, miedica, asustadizo, huidizo que una tarde del mes de junio de 2008 llegó a mi vida de manera fortuita, se convirtió, sin quererlo, en una compañía muy querida y que hoy, cuando apenas han pasado unas horas, ha dejado huella y un vacío inmenso.

Como decía, todo comenzó una tarde de primavera.

Mis padres se encontraban descargando parte del material que serviría para reformar la cocina y el baño de mi propia casa. Aquella que hacía escasos meses había quedado libre de inquilinos, los que habían ocupado durante alrededor de 7 años mi propiedad. Al fin había tomado la decisión y aunque aún tenía letras de la hipoteca que pagar, me lié la manta a la cabeza y afronté la ardua tarea de realizar obras para reformar el piso, ponerlo a mi gusto e independizarme.

Gracias a mi trabajo fijo de entonces, hoy tengo que decir que eso de trabajar se ha convertido en una auténtica quimera y una tarea casi imposible para algunos, podía permitirme, con mi sueldo y algunos ahorros, pagar la letra, realizar los cambios en la casa que me había propuesto y mantenerme. Así que después de pedir varios presupuestos y elegir entre el maremágnum de empresas, números y precios, escogí la más adecuada según mi criterio y se fijó el comienzo de las obras ese mismo mes de junio. Estas se extenderían a lo largo de junio, julio y agosto, posiblemente también septiembre.

Avanzada ya la reforma, esa semana acudí a el almacén para elegir los azulejos que adornarían las paredes y el suelo de mi futura cocina y baño. Como era sábado por la mañana, yo no trabajaba y mis padres no tenían compromisos, aprovechamos que, una vez que escogí los que más me gustaban, nosotros mismos nos los llevaríamos. Llenamos el maletero del coche con el material y los transportamos hasta lo que iba a ser mi nuevo domicilio.

Al llegar a nuestro destino y no encontrando ningún sitio libre cercano a el portal que nos facilitara la descarga del material que portábamos, mi padre decidió cometer una pequeña infracción en un breve lapsus de tiempo y subir el Seat Panda sobre un trozo de la gran y espaciosa acera, sin entorpecer el paso de los viandantes ni la circulación de las calles. Hecho esto nos dispusimos a descargar el maletero, lleno hasta los topes de cajas.

Por si venía la policía y para, de alguna manera, facilitarnos el trabajo, decidimos hacer una cadena. Mi madre se quedaría al lado del coche para vigilar el contenido y avisarnos por si había que quitar el coche de allí, yo acercaría cada caja hasta el rellano de las escaleras y mi padre haría el trabajo más pesado, la subida de las mismas hasta el piso y su posterior colocación en lo que iba a ser el salón.

Nos pusimos manos a la obra y en poco tiempo, no más de una hora, estaba todo amontonado en el lugar indicado.

La tarde del lunes siguiente, como no nos cupo todo en el viaje del sábado, mis padres, mientras yo estaba en mi trabajo, repitieron la operación por su cuenta, sin contar conmigo y fueron a buscar el resto del material, así como descargarlo ellos solos.

Empleando el mismo método que habíamos utilizado la vez anterior, comenzaron su tarea, nada más que esta vez era mi madre la que llevaba las cajas hasta la puerta del portal y mi padre tenía que realizar un recorrido mayor.

Cuando se encontraban enfrascados en su labor, en mitad de uno de los viajes del recorrido, mi madre notó algo pasar delante suya. Por poco le pegó en la frente. Realizó su descarga en el portal y volvió tras sus pasos pero, al pasar por delante de la fachada del local que había en la esquina, observó en sus barrotes un pequeño animalito, con respiración agitada, mirando asustado hacia todos lados.

Mi madre, ni corta ni perezosa y sabiendo mi idea de que cuando me fuera a vivir iba a adquirir uno para que me hiciera compañía, no se lo pensó dos veces. Lentamente se acercó muy despacio y con rapidez lo atrapó entre sus manos. El animal se revolvió entre sus dedos, defendiéndose con fuertes picotazos que provocaron más de una herida en sus manos.

Mi padre, ajeno a aquella escena, asomó por la puerta del portal para recriminarle su tardanza, ya que no había ni una sola caja en el suelo para subir.

Al mirar la observó allí parada, de espaldas a él, hablando sola, en bajito y pegando algún que otro pequeño grito al recibir las embestidas.

—¿Se puede saber que demonios haces? —preguntó.
—Mira, mira lo que me he encontrado.

Ambos se miraron y enseguida comprendieron que habían tenido el mismo pensamiento.

Sin saber muy bien que hacer, miraron a todos lados, buscando en alguna terraza una jaula de la que pudiera haberse escapado o alguien que estuviera buscando a aquella pequeña criatura. No vieron nada, ni a nadie. Como el pobre pájaro no dejaba de piar y propinarle nuevas heridas a mi madre, quien ya tenía la mano un tanto ensangrentada, cerraron el coche, lo dejaron donde estaba, a riesgo de que al volver hubieran conseguido ganarse una multa y acudieron a la tienda de chinos más próxima para comprar una jaula provisional.

En unos instantes el intranquilo animal descansaba plácidamente en su nuevo habitat. Mis padres lo llevaron a su casa, cercana a la mía y lo dejaron allí junto a su canario, el cual no hacía más que mirar extrañado, a través de los barrotes de su hogar, a su nuevo vecino.

Minutos después mis padres retomaban su labor y al finalizar se marchaban a aparcar el coche y a descansar, esperando con ansia mi vuelta a casa.

A las ocho de la tarde, introduje la llave en la cerradura de la puerta. Ya desde el portal había oído una especie de ruidos raros. Supuse que era el perro del vecino que tenía un ladrar diferente a los que yo solía escuchar en otra clase de perros.

Una vez en casa, saludé a mis padres que se encontraban en la sala de estar, dejé el bolso y me fui al baño a descalzarme para luego ponerme cómoda y contarles mi día. De camino al baño, observé, de soslayo, algo nuevo colocado en la encimera de la cocina pero, no me fijé con atención, continué mi camino hasta que ese sonido que ya había escuchado antes al entrar, me hizo retroceder sobre mis pasos.

Entré en la cocina y allí estaba, un hermoso periquito color azul que me miraba y piaba extrañado. Mi cara estaba ocupada por una sonrisa que iba de oreja a oreja.

—Y tu, ¿de dónde has salido?

Mis padres ya se encontraban detrás mía, riendo. Me di la vuelta para interrogarles.

—¿Te gusta? —preguntó mi madre.
—¿Qué si me gusta?, como no me va a gustar... ¡Me encanta!, es precioso. ¿Me lo habéis comprado? Si os dije que hasta que no me marchara no me lo compraría, para no daros más trabajo.

Mi madre me cortó.

—¿Quién ha dicho que sea para ti?
—¿No es para mí? —dije con cara triste.
—Si quieres sí pero, que sepas que me la podría quedar.
—Bueno...
—Anda no seas tonta, claro que es para ti. La he cazado.
—¿Cómo que la has cazado? ¿Es una hembra? —contesté sorprendida.
—Anda, ves al baño, desvístete y ahora te contamos todo.

Reunidos los tres en la sala de estar, me narraron su aventura. Después de atraparla, comprar la jaula de aquella manera tan inusual y de terminar su tarea, fueron a la pajarería que había unas calles más abajo para consultarle al vendedor el estado del animal. Este buen hombre fue quien les reveló el sexo de aquel pájaro y además, les indicó la comida correcta para esa clase de ave y sus cuidados, así como también, les cambió la jaula que ellos unos minutos antes habían comprado por otra más idónea ya que, posiblemente, aquel animal hubiera escapado de una jaula similar a la que ellos portaban, la que aquella periquita habría abierto una de sus puertas con gran facilidad.

Ya tenía una casa con una reforma en ciernes, el típico ajuar que a lo largo de estos años mi madre había ido formando para cuando me marchara de casa, una maceta con una diminuta palmera rodeada de una pequeña enredadera y un manojo de flores que me había regalado mi hermana y ahora, el animal de compañía que me había propuesto tener, aquella clase de ave que había visto y disfrutado desde niña en casa de mi abuelo Ceferino con el par de periquitos que él tenía, a los que tanto mimaba y que no paraba de escuchar hablar:

—El trapito, el trapito.

La bautizamos como Sulley, nombre que me sugirió por aquel entonces, Paco, mi actual pareja, aquella que apenas empezaba a conocer también. 

Mi vida iba cambiando poco a poco en todos los sentidos y cada día me deparaba una nueva sorpresa.

De esto han pasado seis años. Seis años llenos de dicha, en los que Sulley ha vivido muchas experiencias, no sólo en mi compañía, si no con mis padres, con Paco, con mis suegros y el resto de mi familia.

El segundo año que pasaba Sulley con nosotros en casa, pronto dejó de estar sola. Los primos de Paco me regalaban, por mi cumpleaños, un compañero para ella, Mike. 

En el año 2012, entró en escena también Perika. Otra periquita, esta vez de color verde, que marcaba la diferencia entre los dos periquitos azules que habitaban la casa por aquel entonces.

Perika también llegó a casa por sus propias patas. También fue en el mes de junio, ¡qué casualidad!

Esa mañana me encontraba haciendo las cosas de la casa, una rutina diaria de cada fin de semana. Mientras yo hacía la cama, limpiaba el polvo y pasaba la mopa, Paco se encargaba en ese momento de sacar y colocar en su sitio las cosas del lavavajillas. Como hacía calor, estaba todo abierto. Mike y Sulley disfrutaban del fresco de la mañana en el poyete de la ventana que da a la terraza. La música sonaba en el equipo y cada uno estaba centrado en su labor, oyendo la melodía que emitía la radio y el piar incansable de Mike que hacía los coros de la misma.

Me disponía a coger el trapo del polvo cuando Paco me llamó.

—Raquel, ¡corre!, ven, ¡date prisa!
—¿Qué pasa?
—¡Qué vengas!

Tanta era su insistencia que acudí enseguida. Al llegar, vi el trapo negro que utilizaba para tapar la gran jaula que habíamos comprado a Mike y Sulley para que estuvieran más cómodos, tirado en el suelo. Algo se movía debajo.

—Cierra la puerta —me ordenó.

Obedecí sin rechistar. La puerta de la cocina que daba a la terraza también estaba cerrada. Paco retiró el trapo muy despacio y vi aparecer una cosa pequeña verde que no cesaba de perseguir sus pies, intentando cazarle.

—¿Y eso? —pregunté incrédula— ¿Cómo ha llegado aquí?
—Estaba sacando las cucharas cuando he visto algo moverse fuera. Al fijarme bien, he visto una cosa verde mirando a través de la cortina. No sabía muy bien que hacer porque si salía fuera o intentaba mover la cortina, se marcharía, así que me he quedado quieto observando. Esperaba que al oírme o sentir que estaba aquí saldría volando pero, ha hecho todo lo contrario. De repente ha saltado dentro de la cocina y ha comenzado a picotearme los pies. Iba a llamarte pero, lo primero que se me ha ocurrido ha sido coger el trapo y lanzarselo encima muy despacio y aquí está.

Me quedé atontada mirando a aquella cosa tan pequeña. Riendo como una niña.

—Vete a por la otra jaula, anda.

Salí a la entrada de casa, cerrando la puerta de la cocina y por el ventanal del salón, accedí a la terraza para buscar, en el armario, la jaula que teníamos de repuesto y donde había permanecido un par de años Sulley. 

Al regresar me entretuve en el camino, hablando con Sulley y Mike, como si me entendieran, comunicándoles que iban a tener otra compañera.

Volví a la cocina, observando con gracia como la nueva periquita seguía intentando picar y cazar los pies de mi pareja.

Preparé la jaula con arena en el fondo, buena para su digestión, alpiste en los comederos y agua en los bebederos. Intenté cogerla con la mano pero, ella misma, sin ningún temor, se subió a mi mano sola para, más tarde, echar a volar y posarse sobre el hombro y la cabeza de mi chico.

—Esta está acostumbrada a estar con gente —insinué.

Esa misma tarde de sábado, después de colgar algunos carteles por el barrio por si alguien la reclamaba, acudimos a un veterinario cercano, ya que la pajarería se encontraba cerrada, no estaba especializado en aves exóticas pero tenía algunos conocimientos. Nos informó del estado de salud de nuestra nueva mascota, de su edad aproximada y nos confirmó lo que nosotros ya sospechábamos, que era una periquita. Días más tarde, el vendedor de la pajarería corroboraba lo dicho por el veterinario. Su salud era fuerte y parecía joven.

Dado que nadie reclamó al animal, Sulley, Mike y Perika se convertían en nuestros niños mimados y en lo que suegros, cuñada y padres comenzaron a llamar nietos y sobrinos de forma irónica.

Perika fallecía el mes de mayo de 2013, tras un embarazo infructuoso y una enfermedad que, aunque tratada, terminó por desgastarla físicamente.

Sulley y Mike volvieron a quedarse solos. Continuaron sus viajes a la Sierra de Madrid y a Badajoz, donde "sus abuelos" los cuidaban con gusto cada vez que nosotros, "sus padres", hacíamos alguna escapada.

Allí donde nosotros íbamos, ellos nos acompañaban. Eramos una familia. Ellos, con sus gracias, cariño y piruetas se habían ganado un puesto dentro de ella.

Perika, tan dócil y juguetona, le gustaba que la tocaran; Mike aunque huidizo, comía de las manos imitando a Perika y Sulley, más esquiva y arisca, se dejaba querer.

Todo esto hasta anoche. Una madrugada de miércoles dura, en la que Sulley, sin estar aparentemente enferma, comenzó a ponerse mal, a posarse en los palos más bajos, cuando ella siempre había sido la que ocupaba los lugares más altos, algo característico de los periquitos a los que siempre les gusta estar en las alturas, a arrinconarse en la parte más baja de la jaula, a dejarse coger y acariciar por nuestras manos, mientras compartíamos su sufrimiento con ella, sin saber muy bien que hacer, allí viéndola extinguirse poco a poco, hasta que esta mañana de jueves a las 7 ha soltado su último aliento y nos ha abandonado.

Querida Sulley has emprendido tu último vuelo, iniciando un viaje en el que, posiblemente, te encontrarás con Perika. 

No sé si existe un cielo, un paraíso en el que puedas seguir disfrutando tanto, igual o más que lo que lo hacías aquí en nuestra compañía, sólo me queda decirte, en nombre de Mike, Paco, mía y de todos los que hemos compartido algún momento entrañable contigo que te echaremos de menos, extrañaremos esos raros graznidos que emitías, tu porte altivo y arisco que, de vez en cuando, dejabas de lado al ofrecerte comida en las manos. 

Fuiste la primera de las mascotas que realmente consideré mía, antes había tenido gusanos de seda, peces, tortugas, canarios e incluso un pato, Claudio, pero, siempre lo había tenido que compartir todo con mis hermanos y mis padres, ya que aún vivía en su casa.

Tu fuiste distinta, apareciste en una etapa de mi vida que auguraba cambios, la mayoría de ellos importantes. Hoy te has ido de mi lado. No estarás presente físicamente pero, si Perika se ganó mi corazón, Mike ocupa otra parte, tu eres la que posee el mayor trozo por ser mi niña mimada, mi consentida, vendrán otros en futuro pero, tu siempre serás la más querida.


Descansa en paz.
Hasta siempre.


Autora: Raquel Sánchez García


Licencia: 
© Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este texto, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de la autora. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículo 270 y siguientes del Código Penal).

Para resolver dudas sobre la licencia y realizar consultas o solicitar pedidos autografiados, contacte con la autora en: relatosjamascontados@gmail.com

2 comentarios:

Mr. M dijo...

Bueno, pues me paso por aquí para conocer tu blog y me encuentro con esto. Me he quedado un poco cabizbajo porque me has traído recuerdos que me hacen entenderte perfectamente. En mi caso fue una cocker que todavía me tiene robado el corazón, y eso que hace ya seis años que se fue, lo que demuestra que la huella que dejan es demasiado profunda.

Te felicito por tu escritura. Pienso seguir por aquí, seguiré comentando.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Me has hecho pensar en los periquitos que teníamos en casa de mis padres, Raquel. Qué memorias! Se hacen querer...

Olga NM